jueves, 16 de agosto de 2007

Una brizna de felicidad

Sus manos de largos dedos dibujaban entre serenas y enérgicas, fantasías, nubes y sueños irreales. Sus labios mecían el aire en cada frase y en suave melodía, te atrapaba. A veces se quedaba silenciosa, mirando tras el cristal , como queriendo descubrir la textura del sol que, imponente, casi espeso, se posaba sobre la mesa. El polvo cobraba vida en futiles granos de oro, suspendido, como minúsculas partículas de vida que quisieran compartir, en su lento ir y venir, la quietud del momento. Yo la miraba y silencioso, me dejaba llevar. Sus historias eran dulces. No por la sucesión de acontecimientos. Era dulce escuchar su tono, su amor. Era dulce su cadencia, sus repentinos silencios, eran dulces sus ojos azabache y hasta cuando, en una repentina interrupción, suspiraba y soltaba sus hombros por pronunciados abismos llenos de luchas, sufrimientos y esperas. Martina vivia con la soledad y con ella formaban un todo imcomprensible, un matrimonio forzado pero que a la postre resultaba beneficioso. Los recuerdos, hijos de ambos, deambulaban por todas partes pero Martina los ignoraba porque -decía- deben ser libres y secretos. ¿A quiénes les importa?. Cuando algo importante sucede en la vida es como una flor en un jardín secreto. Sólo en la soledad cuidamos el recuerdo, espurgamos la hierva, le damos agua, apreciamos lo que es y aprendemos. Estaba una vez más enganchado en su magia pero el olor a café me arrancó de golpe. Un leve silvido de la cafetera violó el momento sagrado y Martina en un esfuerzo, consiguió levantar sus ochenta y seis años de la butaca. No era elegante su caminar porque el orgullo de ser quien era le confería un dinamismo que la carga de amores, desamores, victorias y derrotas, no habían logrado apaciguar. La taza humeaba. Fuera, unos niños revoloteaban incansables y el reloj de pared dió los cuartos. De entre los surcos que las arrugas dibujan inmisericordes en su frente, vi un inmeso jardin tallado en cristales que, llenos de vida, se mecían al paso de su mano. Sus recuerdos se agitaban y esparcían de repente por el aire como esporas inquietas en busca de un corazón donde echar raíces y yo abría la tierra para compartir sus sueños, abría los poros de mi piel para que la ilusión anidara, fructificara y el sol de cada mañana me inundara. Yo sólo ansiaba un grano de su paz, sólo quería atrapar una brizna de su felicidad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Aquí queda perfectamente plasmada la admiración que sientes por esa persona,Martina, que con una edad ya considerable,posee un gran bagage de conocimientos y sentimientos. Ella, a través de los años consiguió la paz de espíritu que todos ansiamos. Te felicito, eres un excelente escritor, me faltan calificativos para describir este relato.Públicalo, si no lo has hecho. Mil gracias, por hacerme partícipe de "esta maravilla". Tu admiradora y amiga, Mari Paz Ramos.