lunes, 10 de enero de 2011

Ángel Tobías

Artajal era el nombre de la ciudad secreta donde Ángel Tobías moraba. Encontrar los secretos íntimos de otros resulta excitante y emocionante conforme te acercas a la auténtica verdad de quien la oculta con tanto celo. Tobías era mi amigo desde lo menos 15 años atrás. Me costó casi uno entero -al principio de nuestra relación- arrancarle una frase de 5 palabras seguidas. Unos ojos y mirada oscura remataban un rostro ovalado, de tez blanquecina y de una delgadez ofensiva. De su cuerpo enjuto y largo colgaban a manera de brazos unos huesos forrados de piel y rematados por unos dedos que se me antojaron, desde el día en que lo conocí, tenebrosos y poco dignos de confianza. Tal que así, este tipo me cayó bien nada más conocerlo.
Pese a nuestra diferencia generacional (nos separan casi 20 años) o tal vez por ello, un instinto paterno filial hizo que cada vez que coincidíamos en una excursión, me aproximara a él e iniciara un monólogo, porque otra cosa era difícil.
- Este chico da miedo... parece tan siniestro.... tan raro..... tan callao... -argumentaba mi pareja- No se que ves en él para darle tanto palique.
Efectivamente, tenía hacia él una cierta tendencia amistosa que aparentemente no se era correspondida.
Evidentemente nuestra relación cambió con el tiempo pero siguiendo sus patrones: nada de excesivas alegrías, bromas las justas, y los chistes bien argumentados para que pillara la lógica. A pesar de todo siempre lo trato como un amigo más, aunque Tobías por su parte, nunca me cuenta nada de su vida, salvo las dudas existenciales.
El caso es que después de tantos años, noté hace un tiempo que algo en Tobías había cambiado. Más o menos su línea era igual de triste, pero sus frases superaban las veinte palabras y sobre todo, se reía de los chistes. Mejor dicho, sonreía con ellos. Pronto supe el motivo de su cambio, y fue él mismo quien no pudo aguantar su secreto.
Artajal era la ciudad digital donde mi amigo tenía montada una vida paralela y desde donde el muy bellaco ejercía de corsario en las redes. Tras el antifaz del alias “Montesinos” , tras la máscara de un avatar dotado de un insinuante tupé, este pirata tiraba del teclado con la gracia de un diestro maestro del florete, se lazaba por las lianas de la osadía con un desenvolvimiento digno del corsario que se cree dueño de los océanos digitales. Se mostraba locuaz, inteligente, rápido, gracioso, morboso hasta el límite de la indecencia, sensual, y sensible además de culto. Lo tenía todo y a todas. Montesinos realizaba sus incursiones en blogs, redes, páginas, chats... todo lo que se movía a través de la red, allí estaba mi amigo dejando secuelas y acotando su territorio, enamorando, engrosando su fila de seguidores. Nunca se daba a conocer pese a las numerosas solicitudes porque fuera de la pantalla luminosa de su ordenador, la sombra de Tobías oscurecía la gracia de Montesinos.
Sentados en la mesa de una terraza lo observaba silencioso, acercando casi con miedo su taza de té a sus finos labios ocultos entre la densa barba. No me lo podía creer.
- La leche, qué complicado es todo esto –pensaba para mis adentros- Qué viejo estoy para estas cosas.

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